(Ilustración: "Hay que regar el jardín", Sergio Mora) |
Más de 12 años queriendo de lejos. Y contando.
Hace poco comentaba que desde hace unos años me siento como
una planta sin tierra. Sigo teniendo raíces, pero están en el aire, intentando
sembrarse y multiplicarse después de un viaje en el que no han faltado las
pérdidas y los carajazos. Como las orquídeas, que crecen donde pueden y están
dadas las condiciones, no necesariamente donde quieren.
De eso van los relatos que estoy escribiendo ahora. De ser
una flor viajera. Porque esta ruptura forzada con el espacio que un día fue tu
referencia y que ahora es sólo un recuerdo barrido por la realidad llena de
balas y odio que se lee en las noticias y los móviles cada día es muy jodida de
llevar, y hay que exorcizarla de alguna manera. No comparo esto con la experiencia
de tener que vivir día a día en Venezuela, pero sí creo que de alguna forma le
doy voz a lo que sentimos muchos de los que un día empacamos la vida dentro de
una maleta de 23 kilos para subirnos a un avión. No es una queja, es sólo lo
que hay.
En la pared del aula en la que hice mis asignaturas
prácticas de redacción y periodismo cuando estudiaba en la universidad había un
cartel que rezaba "Escribe, que algo queda". Vamos a ver si a punta
de teclado consigo que sea así.
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