viernes, 23 de octubre de 2009

Descerebrada



Hola, soy tu cerebro. 

Te escribo porque noto que desde hace un rato no me haces mucho caso. Y está demás decir que, dadas las funciones que me ha asignado la naturaleza dentro del normal desempeño de tu cuerpo y tu persona, esta tomadura de pelo y desobediencia por tu parte me tienen más que disgustado.

Empecé a notar los primeros síntomas de desacato hará cosa de tres meses, una tarde más bien calurosa en la que me encontraba algo atontado y un poco lento. Es por eso que odio el verano: el calor y la humedad me sientan fatal… Mi perspicacia tan característica se adormece y mi nivel de actividad disminuye considerablemente entre tanta cervecita de terraza, siestas y horas vacías tumbado a la orilla de la playa.

No lo niego, descansar es un verbo tentador incluso para un órgano adicto al trabajo 24/7 como yo. Y admito que no son pocas las veces en las que me dejo llevar y mis tareas básicas pasan a ejecutarse en piloto automático (gracias a eso no te asfixias, ni pierdes el control de tus esfínteres, entre otras cosas…pero no entremos en ese tema ahora). Sin embargo, es rara la vez en la que uno de estos despistes no termina complicándonos la vida a los dos. Y es que tienes una capacidad casi endemoniada para meterte en problemas…

Pero es igual. No te juzgo. El asunto es que en uno de esos descuidos estivales, no sé exactamente cómo (aunque lo sospecho) me desperté de la siesta para descubrir que tus ojos miraban de frente a un tipo de expresión sospechosa, cuya mano dibujaba líneas sinuosas sobre tu pierna derecha, convenientemente escondida debajo de una mesa llena de gente. Alarmado, activé todos los dispositivos de emergencia que tenía cerca….Envié mensajes de SOS, te martillé la cabeza con miles de objeciones, hice sonar las sirenas y hasta di ordenes directas a las extremidades inferiores para que se pusieran inmediatamente fuera del alcance de aquella mano impúdica. Pero era demasiado tarde. Ese traidor que llevas en el pecho -sí… ese, el que nunca me hace caso y va a su bola- ya tenía el control absoluto de la situación. Tus piernas estaban demasiado ocupadas temblando y sirviendo de lienzo para aquel dibujante de pacotilla, como para darse cuenta que yo, su auténtico jefe, les estaba cantando la retirada.  En ese momento supe que se había iniciado otra de mis trilladas batallas con “el otro”, esa puñetera bomba con ínfulas de órgano mayor que de momento tiene el control de tu vida: el corazón.

Desde ese entonces vas pasando de mí. Aprovechas la mínima ocasión para irte con el señor de las manos traviesas, aunque estoy cansado de decirte que pares de pensar en él, que no te conviene. Pero tú nada, erre que erre haciéndole caso al “otro” (es que estoy tan cabreado que no quiero ni nombrarlo…). No importa que yo te exponga mis motivos desde  la lógica y la razón. No. Tú solo atiendes a los trucos de ilusionista que prepara ese órgano infame que llevas entre las costillas, el bendito conspirador que empieza a bombear sangre a toda velocidad en cuanto detecta al charlatán de las manos exploradoras y evita que cualquier cosa que yo diga llegue a destino. Es como si yo no existiera.
De postre, poco a poco tu adorado corazoncito se ha ido creando aliados a lo largo y ancho de tu anatomía. El sistema nervioso autónomo al completo conspira en mi contra y logra verdaderas filigranas químicas que sin duda te deben resultar muy divertidas, so masoquista: se te eriza la piel, te sudan las manos, se te nubla la vista. Hasta las partes más innombrables de tu cuerpo reaccionan ante el solo pensamiento del galán de medio pelo del que has decidido “enamorarte”.

Y es que por enésima vez, debo decirte que todo eso que crees sentir no es más que una farsa. No existe eso del “amor”, lo que tienes es al corazón jugando a bartender con un kit de bioquímica, mezclándote un coctelito de esos con sombrillita que tanto te gustan. Eso sí, debo admitir que el jodido es muy bueno en lo suyo….tanto que incluso algunas veces logra que yo (¡YO!) colabore involuntariamente con su pasatiempo. No te aburriré con explicaciones científicas, pero debes saber que posees varios focos guerrilleros que te bombardean con dopamina, norepinefrina y hasta oxitocina. Cuando esto ocurre, debo confesar sinceramente que me avergüenzan mucho tu comportamiento errático y tus reacciones fisiológicas desproporcionadas, que de paso me ponen a trabajar horas extra.

En fin. Tú misma. Si te escribo esta nota es solo para hacerte saber  que  estás enferma (hubo alguien que se refirió a tu estado como “imbecilidad transitoria”, pero yo no pretendo ser tan cruel…). Que sepas que deambulas sola y a ciegas por un paisaje peligroso, en el que tu única salvación sería permitirme guiarte. Cosa que ya se sabe, no harás, en vista de lo feliz que se te ve al lado de tu adorado (y alcahuete) corazón.

De momento no crees necesitarme, ya lo sé. Y probablemente tirarás esta carta a la basura junto con la publicidad gratuita y otros papeles inservibles. Pero hasta los mejores trucos de magia tienen un final y un buen día, cuando no hayan más taquicardias, ni pupilas dilatadas, ni noches de insomnio o arrebato, entonces…ya volverás a mi. A ver qué tal te cae tu corazoncito loco cuando sólo te genere dolor y te consuman las ganas de cortarle los diez dedos a esas manos mentirosas y olvidadizas. Ya vendrás  llorándome para que te quite el despecho y te cure la rabia… Si es que te conozco… Tanto, que cuando vuelvas sé perfectamente lo que me vas a decir:
“¡No sé por qué no te hice caso!”

Por suerte soy un cerebro benévolo y me encargaré de quitarte esa pena de encima. Aunque tengo muy claro que en un par de meses volverás a las andadas. Definitivamente, qué sería de ti sin mí…


2 comentarios:

Sonia dijo...

olé, olé y olé! Me ha encantado, de verdad! Qué original y qué gracioso.

G* dijo...

;) Creo que todos nos podemos identificar un poco (¡o mucho!) con esta carta del pobre cerebro, al que tanto nos gusta ningunear...

Gracias por pasarte por aquí, Sonia, Me hace mucha ilusión contarte entre mis lectores.